La historia

San Nicolás -llamado de Mira, ciudad de la que fue obispo, o de Bari, lugar donde se conservan sus restos mortales- es uno de esos personajes históricos que han experimentado tantos recubrimientos legendarios y folclóricos que es muy difícil distinguir bien la verdad de la ficción. Sin embargo, si, como decía santo Tomás de Aquino inspirándose en san Agustín, «cuando la ficción contiene un significado, no es una mentira sino cierta figura de la verdad», deberemos tener en cuenta tanto la historia estricta como las amplificaciones legendarias y folclóricas para captar el rico mensaje que este santo nos transmite. Eso es lo que, al fin y al cabo, nos interesa en cualquier vida de santo, más que las precisiones eruditas de los historiadores.

Ciertamente, son pocos los datos seguros sobre la vida de Nicolás, dado que los documentos que los contienen son bastante posteriores a la época en que cronológicamente se le situa: hacia el año 270 como fecha de nacimiento y entre el 345 y el 352 como fecha de la muerte.

Dichos documentos pertenecen al siglo VI y los más importantes son tres: la Historia tripartita, de Teodoro el Lector, que cita a Nicolás de Mira entre los obispos participantes en el Concilio de Nicea, celebrado en el año 325; la Vida de Nicolás, archimandrita de Sión y obispo de Pinara, de autor anónimo, que aunque dio pie a que se confundiera este Nicolás con el de Mira, contiene datos inequívocos sobre la antigüedad del culto tributado a nuestro santo ya desde el mismo momento de su muerte, y, finalmente, una obra de Eustracio de Constantinopla, que alude a una intervención de Nicolás de Mira para impedir la ejecución injusta de tres soldados condenados por el emperador Constantino, hecho que, revestido posteriormente con elementos milagrosos, es citado en el Martirologio Romano.

Desde el punto de vista estrictamente histórico, parece que lo que se puede decir es que Nicolás nació hacia el año 270 en Pátara -ciudad de Licia, en la actual Turquía, por la que, según el libro de los Hechos de los Apóstoles (21,1), pasó san Pablo en su tercer viaje apostólico, de vuelta hacia Jerusalén, y que no debe confundirse con Patras, ciudad griega del Peloponeso, como hacen algunos relatos legendarios-; que pronto adquirió fama de piadoso y caritativo y fue elegido obispo de Mira -ciudad también de Licia y citada igualmente en los Hechos de los Apóstoles (27,5), en el último viaje de Pablo, camino de Roma-; que sufrió persecución en tiempos del emperador Diocleciano; que probablemente participó en el Concilio de Nicea del año 325, y que el 6 de diciembre de un año comprendido entre el 345 y el 352 murió y fue sepultado en la iglesia de Mira. Allí sus restos fueron objeto de profunda veneración hasta el año 1087, en que fueron trasladados a la ciudad de Bari, de la región de Apulia, meta desde entonces de devotas peregrinaciones procedentes de toda Europa.

La leyenda
«Nicolás, ciudadano de Patras, nació en el seno de una familia virtuosa y rica. Sus padres, Epifanio y Juana, se casaron muy jóvenes, lo engendraron en los primeros días de su matrimonio y a partir de entonces guardaron absoluta castidad durante el resto de sus días. Nada más nacer ocurrió con este niño un hecho sorprendente: se sostuvo por sí mismo, de pie, dentro del lebrillo en que lo lavaban. En la época de su lactancia, los miércoles y viernes no aceptó eel pecho materno más que una vez al día. En su juventud huyó de las diversiones, pasando sus ratos de ocio en las iglesias y poniendo gran empeño en retener en su memoria los pasajes de la Sagrada Escritura que en ellas se leían o comentaban. Nada más morir sus padres dióse a pensar en la manera de emplear en el servicio divino las cuantiosas riquezas que de ellos había heredado; quería hacerlo de modo discreto, sin que nadie se enterase, para evitar que lo conviertieran en objeto de admiración y alabanza»

Así empieza la vida de san Nicolás que figura en la Leyenda dorada de Santiago de la Vorágine, famosa recopilación de vidas de santos escrita en el siglo XIII. Después, el relato pasa revista a todas las cosas maravillosas que la fama de santidad de Nicolás  había ido acumulando en la memoria colectiva de sus devotos. Se trata de una serie de hechos que ponen de manifiesto sus características más sobresalientes: la devoción hacia Dios y la caridad hacia los pobres.

«Nicolás de Bari, el santo dadivoso». Juan Llopis.